lunes, 16 de febrero de 2015

Naturaleza enjaulada

Naturaleza enjaulada

Naturaleza enjaulada
Matías Pandolfi*
En el año 2007, la ciudad de Buenos Aires tenía 60 parques enrejados, esto equivalía a que uno de cada cuatro parques y plazas tenía rejas. A principios de 2013, la cifra se elevó a 86, es decir un tercio del total de espacios verdes estaban enrejados, y este número se sigue incrementando. Sólo incrementa el enrejado, pero no los espacios verdes. El argumento a favor del cercado es el reclamo de los vecinos por hechos de del vandalismo e inseguridad que genera el abandono de las plazas. En mi opinión la inseguridad se soluciona con cuidadores en la plaza de día y de noche (cosa que no pasa) y la limpieza se soluciona con mantenimiento activo y cotidiano (uno de los puntos más débiles de la gestión macrista) Alegar que no hay presupuesto para esto en una ciudad que recauda lo que recauda Buenos Aires es tomarle el pelo a la comunidad porteña. Hablar de ineficiencia en este modelo político en el cual se compara la gestión de una ciudad con la gestión de una empresa es caer en una trampa. Cuando se enreja una plaza o un parque hay por detrás un modelo político privatizador, extractivista y de exclusión. La construcción indiscriminada, la falta de espacios verdes, el enrejado de plazas y parques, la construcción de bares en los parques, la imposibilidad de acceder a la ribera porteña y la privatización del espacio público son parte constitutiva y característica del mismo modelo político.
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Para generar conciencia ambiental y ecológica en la ciudadanía los espacios verdes deben verse lo más naturales posibles. Las rejas y los bares los llenan de material inerte y artificial y esto no promueve ni incrementa el cuidado de los mismos. Ponerle rejas al espacio público, que es el espacio democrático por excelencia, es quitarle ésa, su mayor virtud.
La democracia liberal que conocemos hoy convive, a pesar de que muchos no lo toleren, con otras formas de democracias directas, como por ejemplo las asamblearias. Los vecinos de Caballito luchan contra el Gobierno de la Ciudad para evitar la construcción de un gigantesco centro comercial en terrenos linderos al estadio de Ferrocarril Oeste a fin de evitar las consecuencias en el tránsito, las posibles inundaciones y la reducción de espacios verdes. Los vecinos de San Isidro luchan contra su intendente para que 43 mil metros cuadrados de espacios verdes del predio del Hipódromo no sean destinados a proyectos inmobiliarios. La Asamblea de Parque Lezama está luchando hoy contra el enrejado del parque que les habían prometido no existiría. Si bien estas luchas son agotadoras, invisibilizadas por muchos medios o denostadas por políticos y comunicadores que apoyan las políticas privatizadoras y extractivistas, es esperanzador volver a ver en plena actividad a las organizaciones barriales que se reúnen ya sin desconfiar tanto los unos de los otros para informarse y hacer valer sus derechos a un aire limpio y a la presencia de espacios verdes recreativos y de acceso público en sus territorios.
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Las ciudades que hoy conocemos, sin excepción, han sido construidas sobre espacios naturales. Este impacto, que va de la mano del paradigma de dominar la naturaleza y avanzar con la tecnología sin control, debería reducirse aumentando la cantidad y calidad de los espacios verdes dentro de ellas. La cantidad no se ha incrementado para nada en nuestra ciudad: ONU-Habitat tomó como parámetro una recomendación de la Organización Mundial de la Salud (OMS) para establecer en su informe “El estado de las ciudades de América Latina y el Caribe 2012” que las urbes tienen que disponer “como mínimo entre 9 y 11 metros cuadrados de área verde por habitante”. Cálculos desarrollados por la Iniciativa de Ciudades Emergentes y Sostenibles (ICES), del Banco Interamericano de Desarrollo, que también asumen la recomendación de la OMS, coloca a Buenos Aires entre las peores de la región en este aspecto: 2,69 metros cuadrados de área verde por habitante, apenas un 25% del mínimo recomendado. La calidad de estos espacios tampoco ha mejorado ya que el enrejado de los parques forma islas de naturaleza, no la incorporan al resto de la ciudad, los muestran como un bien lejano inaccesible y prohibido. Todo esto genera daños en el entramado social y en el ecosistema urbano. Es hora de que empecemos a entender que la naturaleza debe incorporarse a nuestra ciudad de manera progresiva e igualitaria.
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La presencia de rejas o la instalación de bares en los parques, tal como se aprobó el año pasado en la Legislatura Porteña, le quitan a los espacios verdes su esencia, arruina el paisaje y afecta la salud de sus plantas y animales. Cuanto menos se parece un espacio verde a un espacio natural, las malas costumbres urbanas y la contaminación se incrementan. La sola observación que un ciudadano tiene sobre los espacios verdes, así como el contacto con la naturaleza que lo rodea, le permite adquirir al habitante de la ciudad un aprendizaje experimental sobre el funcionamiento de los ecosistemas urbanos. Esa experiencia el ciudadano la transmite a sus hijos y a sus pares. El desarrollo de una conciencia ambiental ciudadana es fundamental para involucrarnos en el conocimiento y la conservación del entorno natural. Por eso el entorno tiene que ser lo más natural posible, y la presencia de una reja interrumpiendo el acceso a un parque o un bar instalado en el medio del mismo, desdibujan irreversiblemente esa naturaleza.
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Ojalá que el Parque Lezama no termine enrejado, ojalá que esto se logre no sólo a través de la resistencia de los vecinos organizados, ojalá se arribe a un acuerdo o un consenso -de esos de los que tanto nos hablan los dirigentes y militantes del PRO cuando escriben y hablan por los medios masivos-, ojalá los comunicadores, los biólogos, los arquitectos, los agrónomos, los sociólogos y los urbanistas se sumen a colaborar con la gestión del gobierno de la ciudad (el actual y el que comience en diciembre) con una postura crítica pero no estéril a fin de mejorar la calidad de vida de nuestra ciudad.
Pero ahora le decimos NO a las rejas en el Parque Lezama. Le decimos SI a mejorar su iluminación, su vigilancia y su cuidado por parte del gobierno y de los vecinos. Le decimos SI al respeto por la naturaleza urbana entendiendo a la misma como un continuo con el resto del entramado urbano y no como un conjunto de islas verdes separadas por rejas adentro de una ciudad gris.
*Doctor en Ciencias Biológicas

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